Con talento y buen humor, un inmigrante se llena de clientes en su salón de belleza La Casa Blanca

En la esquina de la calle tres y la calle Bush hay un edificio pequeño de 215 pies cuadrados, con murales en tres paredes y una puerta de donde todo el que entra sale transformado, ya sea con un buen peinado o el corte a la medida.

Adentro del inmueble, las ventanas tienen posters descoloridos de ejemplos de corte de cabello y hay cinco estaciones de trabajo donde los estilistas realizan la magia.

El salón de belleza o peluquería se llama La Casa Blanca, y su dueño es Jorge Fuentes, un estilista que lleva 20 años cortándole el cabello a los residentes de Santa Ana y más allá, dentro del condado de Orange.

Para Jorge los clientes son lo más importante, pero por lo pequeño del local, ellos tienen que esperar afuera, sentados, aunque eso no le afecta ya que, debido a la popularidad de su trabajo, a sus clientes no les importa esperar.

Aunque esa tranquilidad que le ha dado su calidad de trabajo no siempre fue así, al inicio y por los nervios, Jorge prefería que no llegaran clientes.

Antes de llegar a los Estados Unidos, Jorge vivía en Honduras con su familia.

Recuerda que cuando tenía 10 años, Jorge ahorraba dinero para llevar a que le cortaran el cabello a su hermana menor, Nancy Mejía, solo para ver cómo le cortaban el cabello las estilistas.

Pero luego, Jorge no solo veía como se hacía, sino también se animaba a peinar a su hermana.

Siempre la andaba peinando, pero no le gustaba y se echaba a correr. Se me escondía y lloraba y me acusaba con mi mamá.

‘Mamá no quiero que él Jorge me peine’, porque siempre le jalaba el pelo”, dice el estilista. “Desde pequeño andaba poniéndole rollos y cosas en el cabello para peinarla”.

El ahora estilista profesional, dijo que a los 16 años empezó a tomar clases en una escuela privada para aprender a cortar el cabello profesionalmente, pero cuando acabó con el programa no se podía graduar porque no tenía dinero para pagar unas cuotas que debía.

Más tarde se marchó a Estados Unidos y luego de trabajar por nos años, ahorro lo suficiente y finalmente obtuvo su diploma que lo acreditaba como estilista profesional.

Años más tarde en California, se fue a vivir con su hermano Rafael Mejía y casualmente la señora, dueña de la casa, tenía dos salones de belleza, uno en Santa Ana y otro en Anaheim.

Fue entonces cuando Jorge recibió una oportunidad de trabajar en un salón de belleza; no obstante, y a pesar de las ganas y el conocimiento adquirido en la escuela, no quería que le llegaran clientes.

“Yo tenía miedo. Me escondía y me decía a mí mismo, que no venga gente, mejor que no venga gente”, recuerda Jorge.

Tres meses después y con la ayuda de Erica, una compañera de trabajo, Jorge ganó la confianza suficiente para atreverse a mostrar su talento y todo lo que había aprendido en su tiempo de estudiante.